sábado, 25 de abril de 2015

Hablemos en serio sobre nuestra profesión



Quienes hemos hecho del Protocolo nuestra profesión habitual, sabemos bien que hemos elegido un camino y asumido también una propia condición. Con ella nos esforzamos por lograr “la excelencia”. Algunos dicen con fundamento, que ella es condición necesaria para que nos premie la felicidad.


Sé que la felicidad nace de la conformidad íntima entre lo que se quiere y lo que se vive. Algunos piensan que la felicidad es una ilusión, un imposible. Sin embargo el Protocolo da muchas satisfacciones cuando lo abrazamos y lo hacemos nuestro.

En nuestra profesión se dan los gestos y así saludamos, felicitamos, sonreímos, damos una bienvenida. A veces esa primera forma del lenguaje surge por generación espontánea. No me pongo trascendente si recuerdo las palabras de Heidegger al considerar además al silencio. El filósofo nos dice que nosotros somos lo únicos seres que hacemos del callar un gesto característico y afirma que “el silencio es un modo de hablar”

Algunas personas les agrada opinar sobre nuestras ceremonias. Para ellos deben ser lúdicas y sin interrupciones. Si en la música no hubiera silencios la armonía se rebelaría. Nosotros hablamos o hacemos hablar a otros siempre dentro de la sobriedad. Se menciona mucho a la Comunicación. Sabemos que las palabras poseen un significado y por eso procuramos que llegue a otros. Eso es comunicarse.

Tenemos también costumbres. De una manera sencilla ellas son gestos repetidos. Algunos se convierten en ritos. Las normas de cortesía son, de alguna manera gestos rituales: saludamos, nos levantarnos de un asiento, cedemos el paso.

El respeto a los símbolos no nos hace maniáticos. De alguna manera ellos materializan nuestra intimidad, lo espiritual. Entre los símbolos ocupan un sitio privilegiado las banderas de Estados soberanos e independientes. Ellas no son señales ni signos artificiales como no lo es la exhibición de la tarjeta roja que conlleva  la expulsión del campo de juego. En tanto, en el intercambio de anillos en la ceremonia de boda, la mutua entrega está allí simbolizada. Las palabras fuertes de la amonestación lo dicen todo: “Recibe este anillo que yo te entrego, en prenda de….”

En nuestras ceremonias hay mucho de simbología. Las acciones simbólicas no son cosas del pasado. Expresan realidades que están más allá de la lógica y de la utilidad. El público asistente a una ceremonia de “doctorado honoris causa” se admira ante la belleza de la simbología. El diploma, el anillo, el libro del saber, los guantes blancos, el birrete, albergan tradiciones de siglos y merecen respeto. 

A lo largo de la profesión he tenido que pergeñar muchas ceremonias, entre ellas varias de doctorados “honoris causa”. Con pena recojo un comentario poco oportuno de:¿“No le parece que se podría acortar un poco todo?”.  

 
 Secuencia de Ceremonia de entrega de Título de Doctor Honoris Causa

Vamos siempre a lo profundo y, sin embargo podemos jugar un poco como los niños. Ellos  juegan y no se inquietan por lo que ha de venir, porque desde su punto de vista han llegado.

La entrega de los premios Príncipe de Asturias, es un dechado de realización protocolar, es bueno considerar el tiempo de reflexión, las horas dedicadas y el trabajo de muchísimas personas que lo hacen posible. El Teatro Campoamor es el escenario para la fiesta y el desarrollo de la ceremonia exige la presencia del arte y del símbolo. En esa celebración festiva se elevan los sentimientos de las autoridades, los premiados e invitados hacia lo trascendente. 
 
Vista panorámica del Teatro Campoamor

 Roberto Sebastián Cava 


Señor, ¿me deja su tarjeta?

Alguien ha afirmado categóricamente que “las tarjetas no se usan más”. Sin embargo y como no poseo intereses en imprentas locales o departamentales, pienso en aquellas personas que deben enviar un regalo de casamiento o expresar unas condolencias o no tienen a mano una tarjeta para entregar a quien se la solicita. No es cuestión de moda. 

Reconozco que hoy coexisten temas del comportamiento social junto a la cultura un poco generalizada del “O.K”, el teléfono inteligente, el whatsapp y todo lo del mundo digital. No obstante no es verdad que las tarjetas no se usen más.

Tiempo atrás, un alumno de un curso de Protocolo llevó a clase una tarjeta. Pensaba que se trataba de una “tarjeta personal” entregada por una señora extranjera. Al verla, advertí su error porque, en un trozo pequeño de cartulina, aparecían escritos nombres y apellidos, domicilio, teléfono móvil y correo electrónico.

Recordé lentamente el sentido de una tarjeta personal. De inmediato, los ojos asombrados de los alumnos los llevaron a buscar en los bolsos sus propias tarjetas. Comprobaron que eran tarjetas “profesionales” o “empresariales” como la que había acercado el compañero de curso.
La tarjeta personal, también llamada de visita, mantiene su vigencia. A lo mejor, les resultó extraño conocer algunas normas sobre el “tarjeteo” y el “tarjetearse”. No son normas antidiluvianas sino manifestaciones externas de la cortesía.

En la tarjeta “personal” o “de visita” figuran únicamente los nombres y apellidos de una persona. En la vida de relación juegan un papel importante. Se visita por tarjeta a un enfermo y también un diplomático conoce las reglas y sabe acercar la suya y la de su esposa en circunstancias concretas. Cuando mencioné lo de las visitas a un enfermo por tarjeta, asomaron las caras de sorpresa. Sucede que, a veces, una persona recién intervenida quirúrgicamente no puede recibir personalmente a sus amigos. Es entonces cuando, con delicadeza, se pasa por el sitio de internación para dejar una tarjeta personal o de visita. No se olvidará de escribir al dorso el nombre del paciente, cuando se entregue la misma a una recepcionista o enfermera. En estas tarjetas está de por medio el don de gentes y la educación de las personas. Sabido es que cuando estamos enfermos precisamos del sosiego.

Con estas sencillas tarjetas personales o de visita en las cuales aparecemos con nuestros nombres y apellidos, nos presentaremos en una casa, enviaremos obsequios, agradeceremos, felicitaremos y también daremos un pésame.

Existen las tarjetas personales o de visita y también las “de matrimonio”. En esta última los nombres y apellidos del marido van en una línea y los de la esposa debajo. Están también las “de novios”. Son las de personas con un proyecto de matrimonio a corto plazo. En este caso, los nombres y apellidos de la mujer van en la primera línea y debajo de ella los del novio. ¿Cosa extraña? Extraña cuando se desconocen estos usos sociales.

Pero volvamos a la tarjeta personal o de visita. Los años han pasado y, sin embargo, se conservan algunos usos. Las tradicionales siglas en francés son a veces cambiadas por las de nuestro idioma. No obstante, el empleo no puede ser desconocido. Así tenemos, entre otras, a “p.f ” (pour feliciter) para felicitar, “p.r.” (pour remercier) para agradecer, “p.c.” (pour condoléance) para dar el pésame.

Con la tarjeta personal o de visita y con la de matrimonio, es posible llevar a la práctica pequeños gestos externos. En estas tierras se utiliza también, para los regalos de casamiento un “a.a.” (agradecen atención). Además y de acuerdo a una moda, los esposos suelen agradecer especificando el obsequio recibido.

Vemos entonces cómo las tarjetas no han perdido vigencia. Claro está que me he limitado a comentar la llamada “tarjeta personal” o “de visita”. Junto a ella, las “profesionales”, las "comerciales”, las “empresariales”, las “oficiales” brindan siempre un excelente medio de comunicación entre las personas.

Roberto Cava De Feo
para EL OBSERVADOR