Música: así como el Protocolo, ellos aseguran la armonía en sus mundos propios.
Porteños son, en Argentina.
Los nacidos en su capital de Buenos Aires. A veces, por desconocimiento, se los
llama “bonaerenses”. Quizás porque suena más bonito frente a lo del puerto.
Hasta ella llegaron los antepasados de un músico llamado a dejar con su nombre,
una profunda huella. Es Héctor Panizza, a quien más adelante y en otros países,
llamarán Ettore.
La ópera en América
reconoce antecedentes en el setecientos con Torrejón y Velasco. Es “La púrpura
de la rosa”, considerada como la primera ópera. En el ochocientos el desembarco
de la corte de Portugal en Brasil trajo entre sus viajeros, el rico tesoro de
algunos músicos formados junto a los grandes maestros italianos. Pasados los años
Carlos Gomes dará a conocer su ópera “O guaraní”, estrenada en el teatro Alla
Scala de Milán.
Los puertos de
Uruguay y Argentina recibieron a lo largo del diecinueve a innumerables
familias italianas dispuestas a echar raíces perdurables con su trabajo
silencioso y sacrificado. A veces se habla de “ítalo-argentinos”, aunque, en
realidad, los hijos de los inmigrantes se establecieron en un tiempo
irrepetible de la historia.
Giovanni Panizza
desembarcó en Buenos Aires y trajo en sus alforjas de juventud los
conocimientos musicales recibidos en Europa. Era chelista y un buen chelista.
Es el padre de Héctor Panizza nacido en Buenos Aires en 1875. Giovanni observó
muy pronto en su hijo condiciones para la música y decidió enviarlo a Italia.
Allá podría formarse y recibir de excelentes maestros las nociones de
composición, harmonía y piano. Ellos fueron Vincenzo Ferrari, Amintora Galli y Giuseppe Frugatta. El joven Héctor no
olvidará a sus maestros y guardará celosamente sus enseñanzas.
Como director
asistente del Teatro Costanzi de Roma, tomó contacto con los cantantes del
momento y, en 1905, en plena juventud, dio a conocer en alla Scala de Milán el
tríptico denominado “Medioevo latino”, dirigido por Arturo Toscanini.
Años después el
maestro Toscanini piensa en Ettore, como comienza a llamarse en italiano. Será
su asistente de dirección hasta 1921. Eran los tiempos de las giras artísticas
y la orquesta de Alla Scala viajó a París, Viena y España. Buenos Aires la
recibirá también después de un largo viaje transatlántico, cuando venían
compañías de ópera con el cargamento necesario para representar óperas.
Desde 1922 a 1924 fue director de la Chicago Opera Company y, en
1934 sucedió al maestro Tulio Serafin en el célebre Met de New York. Allí y
durante ocho temporadas dirigirá doscientas treinta y una representaciones de
óperas. Muchas de ellas fuera del repertorio italiano. Wagner y su tetralogía
fueron su objeto de su estudio y condujo sus representaciones en Europa y en el
Colón de Buenos Aires.
Pero Panizza es un
compositor y no decae en su tarea. “Visto da vicino”, como dicen los italianos,
el maestro junto a su tarea de director de orquesta, estrenará en 1898 “Il
fidanzato del mare”, “Aurora” en 1908 y “Bizancio” en 1939.
”Aurora” es la
ópera de Panizza que conocí hace muchos años. Había comenzado a asistir a las
funciones vespertinas del Teatro Colón de Buenos Aires. Se dio esa obra en una
función vespertina de invierno y en el foso estaba el maestro Panizza. Fue estremecedor
para mí verlo dirigir la orquesta. Quizás, porque van quedando en mí más
nítidas las evocaciones de otros tiempos, no olvido que, entremezclado entre
muchas personas a la salida de artistas del teatro, me acerqué al maestro con
mi programa para que me lo firmara.
“Aurora” es la gran
ópera de Panizza. Fue estrenada el 5 de setiembre de 1908 en nuestro Teatro
Colón, dirigida por su compositor y con Titta Ruffo en el escenario. No es una
obra costumbrista sino el desarrollo de una historia que debe terminar a lo
grande, como en “La Bohème”.
Aurora Es la hija de un gobernador español en los primeros años revolucionarios
y está enamorada de Mariano. Todo llevará a una muerte por amor. El título de
la obra es el nombre de la protagonista aunque también es la luz rosada que
precede a la salida del sol.
Roberto Sebastián Cava