jueves, 17 de septiembre de 2015

Un porteño con nombre italiano

Música: así como el Protocolo, ellos aseguran la armonía en sus mundos propios.

Porteños son, en Argentina. Los nacidos en su capital de Buenos Aires. A veces, por desconocimiento, se los llama “bonaerenses”. Quizás porque suena más bonito frente a lo del puerto. Hasta ella llegaron los antepasados de un músico llamado a dejar con su nombre, una profunda huella. Es Héctor Panizza, a quien más adelante y en otros países, llamarán Ettore.

La ópera en América reconoce antecedentes en el setecientos con Torrejón y Velasco. Es “La púrpura de la rosa”, considerada como la primera ópera. En el ochocientos el desembarco de la corte de Portugal en Brasil trajo entre sus viajeros, el rico tesoro de algunos músicos formados junto a los grandes maestros italianos. Pasados los años Carlos Gomes dará a conocer su ópera “O guaraní”, estrenada en el teatro Alla Scala de Milán.

Los puertos de Uruguay y Argentina recibieron a lo largo del diecinueve a innumerables familias italianas dispuestas a echar raíces perdurables con su trabajo silencioso y sacrificado. A veces se habla de “ítalo-argentinos”, aunque, en realidad, los hijos de los inmigrantes se establecieron en un tiempo irrepetible de la historia.

Giovanni Panizza desembarcó en Buenos Aires y trajo en sus alforjas de juventud los conocimientos musicales recibidos en Europa. Era chelista y un buen chelista. Es el padre de Héctor Panizza nacido en Buenos Aires en 1875. Giovanni observó muy pronto en su hijo condiciones para la música y decidió enviarlo a Italia. Allá podría formarse y recibir de excelentes maestros las nociones de composición, harmonía y piano. Ellos fueron Vincenzo Ferrari, Amintora  Galli y Giuseppe Frugatta. El joven Héctor no olvidará a sus maestros y guardará celosamente sus enseñanzas.

Como director asistente del Teatro Costanzi de Roma, tomó contacto con los cantantes del momento y, en 1905, en plena juventud, dio a conocer en alla Scala de Milán el tríptico denominado “Medioevo latino”, dirigido por Arturo Toscanini.

Años después el maestro Toscanini piensa en Ettore, como comienza a llamarse en italiano. Será su asistente de dirección hasta 1921. Eran los tiempos de las giras artísticas y la orquesta de Alla Scala viajó a París, Viena y España. Buenos Aires la recibirá también después de un largo viaje transatlántico, cuando venían compañías de ópera con el cargamento necesario para representar óperas.

Desde 1922 a 1924 fue director de la Chicago Opera Company y, en 1934 sucedió al maestro Tulio Serafin en el célebre Met de New York. Allí y durante ocho temporadas dirigirá doscientas treinta y una representaciones de óperas. Muchas de ellas fuera del repertorio italiano. Wagner y su tetralogía fueron su objeto de su estudio y condujo sus representaciones en Europa y en el Colón de Buenos Aires.

Pero Panizza es un compositor y no decae en su tarea. “Visto da vicino”, como dicen los italianos, el maestro junto a su tarea de director de orquesta, estrenará en 1898 “Il fidanzato del mare”, “Aurora” en 1908 y “Bizancio” en 1939.

”Aurora” es la ópera de Panizza que conocí hace muchos años. Había comenzado a asistir a las funciones vespertinas del Teatro Colón de Buenos Aires. Se dio esa obra en una función vespertina de invierno y en el foso estaba el maestro Panizza. Fue estremecedor para mí verlo dirigir la orquesta. Quizás, porque van quedando en mí más nítidas las evocaciones de otros tiempos, no olvido que, entremezclado entre muchas personas a la salida de artistas del teatro, me acerqué al maestro con mi programa para que me lo firmara.

“Aurora” es la gran ópera de Panizza. Fue estrenada el 5 de setiembre de 1908 en nuestro Teatro Colón, dirigida por su compositor y con Titta Ruffo en el escenario. No es una obra costumbrista sino el desarrollo de una historia que debe terminar a lo grande, como en “La Bohème”. Aurora Es la hija de un gobernador español en los primeros años revolucionarios y está enamorada de Mariano. Todo llevará a una muerte por amor. El título de la obra es el nombre de la protagonista aunque también es la luz rosada que precede a la salida del sol.
  
Roberto Sebastián Cava                               

domingo, 6 de septiembre de 2015

La patata, comida que no mata



La sabiduría popular ha sabido acuñar a lo largo de los siglos unas sentencias espléndidas.  Por eso inicio este artículo con un título sencillo para comentar la atención que precisamos brindar a las personas cuando de agasajos culinarios se trata.

Hace muchos años si una persona era invitada a un almuerzo o a una cena en casa privada o en una institución, y tenía alguna restricción alimentaria, se veía en la necesidad de excusar su asistencia porque se consideraba “enferma”. El tiempo ha pasado y, en la actualidad es posible brindar todo aquello que le permita disfrutar de un agasajo pero sin el mote “enfermo”.

El sentido común no puede estar ausente y, por eso, aquellos invitados que guardan una dieta alimenticia deben comunicarlo con anticipación suficiente. Hay agasajos en los cuales los servicios de catering no pueden satisfacer las  necesidades presentadas a última hora. La razón es evidente. Los alimentos son elaborados  en un sitio y trasladados después.  No hay que olvidar que una boda con trescientos invitados es diferente al agasajo sencillo de unos chicos jóvenes donde nos uniremos a unas veinte personas más arropándolos con todo nuestro cariño.

Los que nos dedicamos al Protocolo podemos hacer cosas imposibles en nuestros ámbitos más diversos. Sin embargo, cuando de alimentos se trata nos rendimos y reconocemos que existen personas capaces de dar sabor de faisán a un humilde pollo. Cuestiones profesionales son y cada uno en su sitio.

Tempo atrás tuve ocasión de observar unos dibujos en una revista norteamericana. Aparecía un matrimonio sentados en el living de la casa.  A sus espaldas  se veían unas baldas con fuentes de comida vacías. Sólo quedaban en pie unos  cartelitos indicadores del contenido consumido. Eran más o menos estos: “vegetarianos”, “koscher”, “sin sal”, “sin colesterol”, “celíacos”, mientras marido y mujer exclamaban al unísono: “Qué fácil era antes recibir en casa”. Esos esposos habían puesto todo de su parte para agasajar a sus invitados.

Existen personas que, por diversos motivos, deben observar unas dietas alimenticias determinadas. Ellas deben ser tenidas en cuenta y, en el momento de llevarlas a la prácticas no podemos considerar  que existen “invitados de primera” e “invitados de segunda categoría”. Si los agasajos son en una casa  habrá que acudir al ejemplo del matrimonio norteamericano. Allí se optó por el sistema “buffet”. En cambio, cuando es preciso ubicar a los comensales en mesas,  podremos satisfacer a todos si contamos con la garantía previa de un servicio de catering de probada eficiencia.

La boda de los Príncipes de Asturias fue para mí un dechado de lo que se debe hacer cuando coinciden personas con dietas especiales. Es verdad que los sistemas tecnológicos contemporáneos brindan una asistencia impagable. Sin embargo, no desearía estar en el cuerpo de quien ordene  el servicio a las mesas con viandas aparentemente iguales pero que no lo son en realidad. Sé que en aquella oportunidad se ofrecieron platos exquisitos para todos y que un vegetariano tuvo lo suyo con la misma entidad que los demás.

Además de lo que podríamos denominar dietas clásicas, están también  y con el debido respeto, las de las personas “caprichosas”. Recuerdo que una vez en clase una persona expresó que ella no comía pollo y preguntó si podía informarlo en el momento de confirmar su asistencia a una boda. Bueno, caprichosa es la persona que satisface sus deseos sin importar si afecta o incomoda a los demás.

A lo mejor lo del pollo podría ser un “trauma de la niñez” o simplemente lo que lleva a no ingerir determinado alimento porque recuerda algo, como en la espléndida película “Año bisiesto” (“Leap year”). Allí la protagonista siente impresión ante el pollo después de haber visto cómo se lo sacrificó de una manera casera. Los caprichos están reñidos con nuestra disciplina. El consejo viene de lejos: “Cuando fueres a la boda, deja puesta la olla”.

Roberto Sebastián Cava